La Relación madre hijo es enriquecida por la constante interacción. Se apoya por los acoples biológicos y psicológicos diádicos que inician desde la concepción, continúan durante la gestación y lactancia. Los acoples son contenidos por la adaptación materna, proceso que funciona al unísono como condición de adaptación al ambiente.
Un caso animal
Los jaguares, al igual que los humanos, no nacen con el conocimiento de lo que necesitan para sobrevivir. Estas habilidades deben de ser aprendidas de sus madres; incluyen cazar, esconder la comida, encontrar pozos de agua, esconderse de otros jaguares y trepar a los árboles. Así, los jaguares cuando son pequeños pueden comenzar a deambular, pero encontrarán la forma para regresar siempre con su madre. Cuando los cachorros tienen un año de edad, acompañan a su madre en la caza y a través del modelado en la relación madre hijo, aprenden como ejecutar exitosamente tal acción. Una madre jaguar vivirá con sus crías, los enseñará y protegerá hasta que tengan alrededor de 2 años cuando sean ellos quienes la dejen(Sherwood, 2016).
Al igual que con los jaguares, la supervivencia y adaptación de todo ser humano se define a partir de sus primeras experiencias. Estas experiencias conforman lo que se ha llamado la relación madre e hijo. Lo cual es el tema central de este artículo.
El objetivo es brindar al lector un acercamiento sobre como este binomio madre-hijo se encuentra capacitado biológicamente para entablar una relación a través de la satisfacción de necesidad y del intercambio de afectos. Lo que permite asegurar la supervivencia del recién nacido, así como la adaptación de la díada entre sí y con su medio. Es por eso que la importancia de la relación yace en la formación, estructuración y funcionamiento de procesos fundamentales del desarrollo en el infante. Permitiendo la adaptación y sobrevivencia.
Relación biológica entre madre e hijo
En la relación madre hijo existen diversos acoples diádicos de carácter biológico. Comienzan desde la concepción y continúan durante el periodo de gestación. Comprende las etapas del embarazo y parto, extendiéndose hasta la lactancia (Roncallo, Sánchez y Arranz, 2015). Estos acoples son influidos continuamente por el medio ambiente, que transmite señales al feto desde las primeras etapas del embarazo a través de la madre/placenta. Posteriormente, una vez que el parto define la autonomía respiratoria del recién nacido, las influencias ambientales se transmiten al infante a través de las señales hormonales maternas, al momento de la lactancia y de la promoción. Por parte de la madre de adaptaciones fisiológicas que aumentan la posibilidad de supervivencia del niño en ese entorno (Silveira, Portella, Goldani y Barbieri, 2007).
Ahora bien, en la díada (relación madre hijo), esta adaptación fisiológica se estructura desde los primeros días de vida. Ciertamente es allí, se establecen los tiempos entre la demanda del recién nacido. La respuesta materna emerge poco a poco. Lo cual deriva a la sinergia de los acoples diádicos a través del ritmo y la sincronía entre madre e hijo. Igualmente, el lactante alcanza de manera progresiva la autonomía térmica, inmunológica y nutrimental. Además se establece el ciclo sueño-vigilia y el infante desarrolla su desplazamiento sin ayuda (Díaz, Guerra, Strauch y Rodríguez, 1987).
En sí, la vida del ser humano está determinada en muchos aspectos por sus acoples y ritmos biológicos. Estos acoples se expresan a través de necesidades orgánicas básicas como el sueño, el hambre, la sed y el movimiento. Los cuales son manifestación de un desequilibrio interno que irá configurando las primeras emociones ligadas a estas necesidades de carácter biológico (Reichenbach, Fontana y Gómez, 2016). Luego se trasciende estas condiciones y retroalimentan la relación madre hijo desde el plano psicológico.
Relación psicológica entre madre e hijo
La relación madre hijo ha sido abordada por estudiosos de diversas perspectivas psicológicas, quienes conciben esta díada como unidad focal (Erikson, 1988; Stern, 1991; Bowlby,1993; Winnicott,1993; Ainsworth et al., 2014; Herrera, 2014; Santelices et al., 2015). En donde las madres se encuentran involucradas con sus hijos como binomio indivisible en un proceso natural que se desenvuelve con intrincación y complejidad, y para el cual ambos han sido bien preparados por milenios de evolución (Stern, 1998).
Las primeras emociones ligadas a necesidades biológicas se expresan, de manera gradual, a través de respuestas motrices. Estas respuestas son: el movimiento de brazos y piernas: expresión de gestos, mirada y el llanto, los cuales son señales que el recién nacido emite tempranamente. De esta forma es que la madre aprende como interpretar esas señales en la relación madre hijo. Esto les confiere un significado para intentar satisfacerlas (Ainsworth et al., 2014; Santelices et al., 2015; Stern, 1999; Dois, 2015).
Durante la vigilia se observa al niño desplegar, por una parte, una serie de actividades autónomas y por la otra, tiene lugar el cuidado corporal, esto es, el conjunto de atenciones que la madre provee al infante para la satisfacción de sus diferentes necesidades. Es en este periodo donde madre e hijo, comprometidos de manera activa en una situación, desarrollan acoples mutuamente transformadores que llegan a conformar diversos dominios en el desarrollo del niño a través de un sistema de relación denominado interacción. Es aquí donde tiene su origen la comunicación humana y el fortalecimiento del lazo afectivo en el binomio madre-hijo (Reichenbach et al., 2016). El niño es activado en la interacción recíproca madre-hijo, por la proximidad y contacto necesarios para proporcionarle la confianza que le permita la exploración del mundo a la vez que consuelo y protección (Bowlby, 1993; Dois et al., 2015).
Conductas innatas
Por otra parte, las diferencias en las conductas innatas existentes en esta esfera de actividad (relación madre hijo) pueden ejercer, desde el principio, efectos definitivos sobre el carácter de la interacción madre e hijo. Puesto que un niño activo, ejercerá un efecto sobre la madre y sobre la relación que ésta tenga con él, a diferencia de lo que pudiera presentarse de ser un niño pasivo. Así, nos encontramos ante características fisiológicas que pueden determinar la naturaleza de las primeras experiencias en la diada madre e hijo (Cameron, 2004). Características que irán conformando esa primera relación.
Así, según se satisfacen necesidades fisiológicas concretas, durante la primera infancia el pequeño se va uniendo íntimamente a la figura materna. Fuente inmediata de casi toda su satisfacción(Cameron, 2004). Por lo que la madre debe adaptarse no sólo desde lo fisiológico, sino también desde lo afectivo y del rol socio-familiar femenino (Correia y Linhares, 2007). Esto es, desde lo psicológico y lo social. De aquí que el proceso de adaptación materna sea un evento clave para el establecimiento de la relación madre e hijo, el cual se explica a continuación.
La adaptación materna
La adaptación materna supone un proceso de adaptación cognitiva en las representaciones sobre el futuro hijo y sobre sí misma como madre. Así, una adaptación afectiva e instrumental, en los aspectos prácticos que demanda la aparición del nuevo miembro familiar (Eimil, Palacios, Villanova y Cuellar-Flores, 2013). Por lo tanto, la madre tiene que estar preparada para afrontar una serie de nuevas tareas que implican adaptarse a su hijo para una exitosa relación madre hijo, lo cual conlleva una enorme exigencia de disponibilidad (Song, Roh y Park, 2015).
Por lo tanto, la adaptación materna refiere a la capacidad de ajustar sus respuestas emocionales, cognitivas y de comportamiento al unísono del desarrollo de su hijo (relación madre hijo) (Countermine, 2012). El resultante de este proceso es sumamente importante, ya que se ha demostrado estar asociada con la regulación de ritmos fisiológicos como la alimentación y el ciclo vigilia-sueño en el recién nacido (Dois et al., 2015; Forcada-Guex, Pierrehumbert, Borghini, Moessinger y Muller-Nix, 2006). Además del funcionamiento saludable de los múltiples acoples y dominios psicobiológicos del desarrollo (Countermine, 2012), que se han venido mencionando a lo largo del escrito.
Coreografía de la díada
Conforme se articulan los procesos biológicos y psicológicos entre madre e hijo en una coreografía continúa durante la cotidianidad, se hace ineludible el surgimiento y establecimiento de la relación madre e hijo. En donde tanto el comportamiento, como el desarrollo del niño se estructuran en el contexto de variación de la atención materna y de la selección de posibilidades que favorecen las estrategias en los niños de conseguir lo necesario para su supervivencia (Fairbanks y Hinde, 2013).
En conclusión las primeras experiencias entre madre e hijo parten de lo corpóreo que se encuentra determinado por lo biológico y trascienden a la sutileza del plano psicológico en una constante retroalimentación. Todo esto con un claro valor adaptativo desde la perspectiva psicológica para el binomio. De tal forma que se presenta un acople simultáneo en la diada, para posteriormente formar parte de su entorno.
Por lo que tanto en relaciones madre-hijo saludables y estables, como en aquellas con algún tipo de riesgo biológico y/o psicológico, requieran de un abordaje que incluya por protocolo, la atención en salud mental, además de acciones promotoras y/o preventivas dirigidas a la población en general, que tomen en cuenta factores de protección y de riesgo presentes en cada diada. Tener en cuenta estos factores implica un abordaje psicológico especializado y continuo que permita fortalecer los recursos y minimizar el impacto de las vulnerabilidades entre madre e hijo para favorecer el desarrollo y salud materno infantil en todas las esferas de vida (Eimil et al., 2013) .
Referencias
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